De cómo el 2001 me dio un hogar y un desayuno con churros.

19/3/17



Recién mudada. Recién embarazada. Recién despertada, pero no mucho. Escucho desde la calle un silbato largo y uno corto, seguido de un grito de Churrrrrooooos! Calentitos los churros! Medio dormida me acuerdo del heladero de mi infancia, o del barquillero en la playa. Debo seguir soñando, porque qué bueno sería desayunar con churros. Los escucho de nuevo pero esta vez más cerca. Abro los ojos. Abro la ventana. Si. RE. Se re escucha la voz de un hombre ofreciendo churros a las 8 y media de la mañana. Me asomo y le grito Señor! Señor! Acá, en la ventana! Y lo veo por primera vez. De punta en blanco, en su bici, con la canasta. Llena de churros rellenos. También simples. También bolas de fraile. Y a veces tortas fritas.




No lo puedo creer. Tengo churros rellenos en la puerta de mi casa. Yo en pijama adentro y ellos ahí afuera, listos para mi desayuno.
Me cuenta el Señor de blanco que sí, que él pasa siempre los fines de semana, y a veces en la semana. 8.30 mas o menos pasa con los churros todavía calentitos, y que vuelve a pasar entre 10.30 y 11 pero ya a temperatura ambiente.
Y cómo hago para pedirle? Cómo se llama usted?
Usted asómese como hizo hoy cuando me oiga cerca, y grite Churros! Yo la voy a oír.
Le compro media docena y soy feliz.
Feliz de tener esta casa, en este barrio, esta bebita en la panza y esta family-to-be que ama los churros.

La historia arranca cuando buscábamos casa para mudarnos de nuestro departamento en Palermo. Bah... del de #novio. En realidad no queríamos mudarnos, pero una cantidad de sucesos fortuitos encadenados nos hicieron comprar una casa juntos.
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MENOS MAL QUE SOY DE GEMINIS. Todos los derechos reservados. © Maira Gall.